Las sequías en Argentina y sus ciclos históricos
Las sequías en Argentina y sus ciclos históricos

Por María Eugenia Bontempi.
¿Qué es una sequía?
No es posible definir la sequía de forma inequívoca, ya que se trata de un fenómeno complejo con múltiples abordajes. Se trata, sin dudas, de un déficit anormal de agua (generalmente lluvia) en algún lugar, durante un periodo más o menos prolongado. De esa definición tan elemental, se desprenden múltiples interrogantes.
¿Qué cantidad de agua se considera deficitaria?
Depende del ámbito en el que influye el déficit. Cuando se trata de una merma de la lluvia con respecto al monto normal, se puede tratar en una primera instancia de una sequía meteorológica. En la medida en que transcurre el tiempo y el déficit continúa, se puede ver afectado el sector agropecuario por el secamiento de la humedad delos suelos, o el sector hídrico si la merma alcanza a traducirse en una disminución de los caudales.
¿A qué se considera un déficit “anormal”?
Para considerar el déficit como “sequía”, la disminución de la precipitación o de los niveles de agua debe ser mayor que la fluctuación natural que se registra normalmente. En este punto, hay varios detalles que no son menores: en los sitios húmedos, la variación de las precipitaciones es mayor que en los que reciben normalmente precipitaciones escasas. Por lo tanto, se deberían tomar en consideración no sólo las anomalías de lluvia en términos relativos. Por ejemplo, en la localidad de Posadas (Misiones), en los primeros días de noviembre, el valor de la mediana (valor “normal”) de la lluvia acumulada en diez días ronda los 67 mm. Si durante los primeros días del mes se registrara un valor de lluvia acumulada de 50 mm, 17 mm menos que la mediana (anomalía absoluta), significaría una anomalía relativa del 25%, pero si la misma diferencia de 17 mm con la mediana se observara en Tartagal (Salta), donde normalmente se registran alrededor de 20 mm, la anomalía relativa sería del 85%, considerablemente mayor que la anterior. Sin embargo, podría ser que la de Tartagal se mantuviera como una sequía meteorológica, ya que no representaría una anomalía significativa en la humedad de los suelos, normalmente secos, mientras que en Posadas podrían alcanzarse rápidamente otras categorías de sequía si el déficit continuara. Esto tiene que ver con los conceptos de sequía y aridez: la sequía es un fenómeno que se produce por un lapso de tiempo limitado, mientras que la aridez es una condición permanente que caracteriza a ciertas regiones. Los climas áridos son menos propensos a sufrir sequías porque en ellos el déficit de humedad es normal.
La extensión territorial de una sequía
La lluvia es la variable que determina, prácticamente siempre, la ocurrencia o no de una sequía. Otras variables, como la temperatura o la humedad relativa del aire, tienen una influencia también, pero sobre todo pueden modificar la intensidad del evento, no su ocurrencia. La precipitación es una variable que no responde a patrones continuos ni espaciales ni temporales: puede llover en un lugar y, en el lugar vecino, no llover o estar lloviendo en un momento y al momento siguiente ya no (lluvia/no lluvia), sin pasar por estados intermedios como lo hace la temperatura, por ejemplo, que para pasar de valer 20 °C a valer 23 °C debe necesariamente pasar por 20.1 °C, 21 °C, 21.5 °C, y todos los infinitos valores intermedios. Por lo tanto, la extensión de una sequía puede parecer a veces antojadiza, con regiones aledañas en condiciones totalmente normales, o ir desplazándose de una zona a otra.
¿Cuándo comienza y termina una sequía?
El inicio de estos eventos es generalmente gradual, se establece de forma más o menos lenta y no es fácil determinar su inicio con precisión. La finalización puede producirse de manera radical con una sola lluvia o también deforma paulatina, con una recuperación de la humedad mediante sucesivas precipitaciones menores que permiten la restauración de la normalidad. Otra vez, si la salida de la sequía es este último caso, la determinación del fin del evento es borrosa.
Patrones meteorológicos que propician las sequías en Argentina
La presión atmosférica determina los movimientos horizontales y verticales del aire. Las líneas que unen puntos en el mapa con la misma presión atmosférica se llaman isobaras, y cuando esas líneas se cierran, determinan “centros de presión”. Por lo general, los centros de baja presión se desplazan más o menos rápidamente, arrastrando masas de aire húmedo e inestable que suelen provocar lluvias a su paso, mientras que los centros de alta presión, también llamados anticiclones, son mucho más extensos, se mueven más lentamente y pueden estacionarse durante largos periodos sobre una misma zona. En las regiones abarcadas por anticiclones predominan las condiciones secas y de cielo despejado, ya que se inhibe la formación de nubes. Por lo tanto, los eventos de sequía se caracterizan por la permanencia prolongada sobre alguna parte del territorio argentino de centros de alta presión, interrumpida esporádicamente por pasajes de frentes o de sistemas de baja presión, que muchas veces no llegan a producir precipitaciones debido a la sequedad del ambiente imperante.
La circulación del aire en el sur del continente americano está fuertemente influenciada por los dos anticiclones subtropicales semipermanentes del Atlántico Sur y del Pacífico Sur. El anticiclón del Océano Pacífico afecta especialmente a la región Patagónica, favoreciendo o bloqueando los pasajes de sistemas de baja presión desde Chile según sea su posición. Asimismo, el anticiclón del Atlántico, al posicionarse frente a las costas argentinas, favorece la llegada de masas de aire al país desde el norte y el noreste, cargadas con humedad de la zona del Amazonas o del mismo océano. En varios eventos de sequías recientes, se encontró que el factor más importante para el desarrollo del fenómeno en la zona central de Argentina fue el debilitamiento del anticiclón del Atlántico, que retrajo la llegada de dichas masas de aire húmedo.
Tiempos pasados o ciclos que se repiten
A lo largo del tiempo, las precipitaciones fluctúan determinando ciclos húmedos y secos que se suceden unos a otros (FIGURA 1). En escalas largas de tiempo, este dinamismo entre clima húmedo y aridez en regiones de transición responde a cambios climáticos que se dan de forma natural y, a nivel local, pueden ser reforzados o influenciados por las actividades humanas y el uso del suelo.
El territorio argentino es mayormente árido y sólo una cuarta parte de su superficie, aproximadamente, presenta un clima francamente húmedo: la Mesopotamia y parte de la región Pampeana. Grandes extensiones en la zona central del país transicionan entre climas más húmedos y más secos. Los cambios en el uso de la tierra pueden desencadenar procesos de impacto negativo: el ejemplo emblemático es el corrimiento de la frontera agrícola que se produjo a raíz del aumento sostenido de las lluvias observado alrededor de la década de 1970.
FIGURA 1. Alternancia de ciclos húmedos y secos a lo largo de la historia
FIGURA 2. Anomalías absolutas de las precipitaciones en Argentina (parte continental americana) entre 2019 y 2022
Las tierras fueron aprovechadas para la implantación de cultivos que modificaron sustancialmente la capacidad de retención de agua de los suelos. La fluctuación natural de las lluvias, al reducirse nuevamente, se vio influenciada por la cobertura vegetal modificada que potenció el secamiento. Esto ocurre porque los montes naturales, de raíces profundas, pueden extraer la humedad de las capas menos superficiales del suelo y aportarla a la atmósfera en forma de evapotranspiración. Esta agua introducida a la atmósfera, además de aportar la materia prima de las nubes, favorece la inestabilidad del aire, indispensable para su formación. En cambio, los cultivos, de raíces poco profundas, dependen del agua más superficial (de las lluvias más recientes o de riego) para su crecimiento. Estos dejan los suelos mayoritariamente descubiertos y desprotegidos durante sus etapas más tempranas de desarrollo y después de la cosecha.
FIGURA 3. Anomalías relativas de las precipitaciones en Argentina (parte continental americana) entre 2019 y 2022
Sin embargo, los procesos de sequías no son un mal moderno. Desde los tiempos coloniales y antes, los relatos de exploradores permiten reconstruir una imagen de grandes extensiones desde el Río de la Plata hacia el sur y hacia el oeste que eran corrientemente afectadas por la escasez de humedad. La descripción que algunos de ellos hacen de la flora y fauna que encontraban y de las construcciones de la época parecen confirmar que eran más frecuentes los periodos secos que los Húmedos.
En períodos en los que la temperatura media del planeta es más baja, la posición media de los anticiclones del Pacífico
y del Atlántico se desplaza hacia el norte, reforzando en frecuencia e intensidad el viento pampero, que trae fuertes secamientos. Desde el siglo XIV hasta la segunda mitad del siglo XIX, aproximadamente, se desarrolló la “Pequeña Edad de Hielo”. Un estudio
realizado con registros del Cabildo de Buenos Aires encontró que entre los años 1698 y 1791, el 67 % fueron secos (Deschamps et al., 2003). Contrariamente, entre los siglos IX y XIII, se había desarrollado el periodo conocido como “Máximo Térmico Medieval”. En ese entonces, el clima de la región que luego sería el norte y centro de Argentina era más lluvioso y las sequías menos frecuentes.
A partir de la finalización de la llamada “Pequeña Edad de Hielo”, los periodos húmedos y secos se sucedieron en ciclos
más cortos, de alrededor de 50 años. Al iniciarse el siglo XX, culminaba una etapa húmeda, siendo frecuentes y problemáticos los excesos hídricos e inundaciones, principalmente en las zonas de depresiones de escasa pendiente, como la cuenca del Salado,
donde el drenaje natural del agua es lento o nulo. En esta etapa, se produjo un primer corrimiento de la frontera agrícola-ganadera hacia el interior de la provincia de Buenos Aires y La Pampa. En las primeras décadas, comenzó la transición hacia un ciclo seco que duró hasta los años sesenta. El viento pampero, intenso y frecuente, arrastró arena hasta el norte de la Provincia
de Buenos Aires. En estos años se vio la formación de enormes médanos, lo que fue posible porque en la etapa húmeda anterior ya se había reemplazado gran parte de la vegetación natural para aprovechamiento económico de los suelos. Ya hacia los años setenta comenzaron a aumentar las lluvias, dando lugar a un periodo húmedo en el que las inundaciones fueron otra vez motivo de preocupación más frecuente que las sequías y que duró hasta comienzos del siglo XXI.
Desde la década de 2010, aproximadamente, los años secos volvieron a predominar. Desde el año 2019, la Argentina está siendo afectada por eventos de sequía generalizada que afectan en distintos grados al centro, este y norte del país y, de forma algo más dinámica, a algunas zonas de la Patagonia. Las anomalías en las precipitaciones han provocado esa situación. En las FIGURA 2 y FIGURA 3, pueden observarse las anomalías absolutas y relativas que ocurrieron entre los años 2019 y 2022 en nuestro país. Estas indican las diferencias existentes entre las precipitaciones de los años indicados en comparación con el promedio de las precipitaciones anuales durante el periodo 1981-2010. Por un lado, se evidencia que efectivamente nos encontramos en un periodo de años secos que afecta a gran parte del territorio continental de la Argentina. Por otro lado, es posible notar que, como se mencionó previamente, la disminución de milímetros de lluvia caída afecta diferencialmente a las regiones según su régimen pluviométrico. En otras palabras, la merma total de lluvia trae consecuencias distintas según
se trate de áreas húmedas o áridas.
Sequías e inundaciones: cara y cruz de la misma moneda
Dentro de los periodos húmedos y secos también ocurren fluctuaciones, lógicamente, con lo cual se registran subperiodos de excesos y déficits que pueden durar meses o años. Por su naturaleza de rápida aparición e impacto, los excesos suelen ser abordados en la urgencia drenando el agua que anega los campos o ciudades hacia el mar o hacia cauces que desaguan en el mar.
En la década de 1880, Florentino Ameghino ya advertía de estas malas prácticas por dañinas en sí mismas y poco previsoras para tiempos de secas. “Las secas y las inundaciones constituyen un mismo problema… todo trabajo que tienda a evitar uno de estos males sin tomar en cuenta al otro ocasionará probablemente más perjuicio que beneficio” (Ameghino, 1884: 5). En esa época, ante los recurrentes excesos hídricos, se planteaban obras de desagües y canalizaciones, pero Ameghino aducía que estos canales podían agravar el problema por la erosión y pérdida de material (nutrientes del suelo y vegetación) que acarreaban y, además, que el agua de la lluvia era un bien que había que conservar y distribuir en espacio y tiempo para aprovecharla cuando escaseara.
Cien años más tarde, Tomás de Anchorena, secretario del Instituto para la Promoción de la Conservación del Suelo y del Agua, retomaba las recomendaciones de Ameghino acerca de la importancia de considerar a las sequías e inundaciones como las dos caras de un mismo problema. Alertaba también que el avance de las actividades agropecuarias intensivas podía agravar más aun los inconvenientes de abordar los dos eventos de forma independiente. Hoy en día, si bien existe una mayor conciencia de los impactos de los extremos hídricos, la gestión de ambos problemas de forma coordinada continúa siendo una materia incipiente en nuestro país.
Proyecciones a futuro: ni tan inocentes ni tan culpables
La Tercera Comunicación Nacional, elaborada por miembros locales del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) específicamente para la Argentina, detalla para las distintas regiones del país los cambios previstos, de acuerdo a los modelos climáticos y en diferentes escenarios, en cuanto a temperaturas medias y extremas, olas de calor, heladas, lluvias, entre otras variables. Si bien no se hace mención específicamente a las sequías, en términos generales se prevé el aumento de cantidad de días con olas de calor en todas las regiones, prolongación del periodo seco invernal en el norte del país y aumento de la intensidad de las precipitaciones extremas. Casi todos los escenarios coinciden en sus proyecciones para la primera mitad del siglo XXI y divergen para el periodo 2050-2100, con resultados más dramáticos cuanto mayores son las emisiones de CO2 consideradas. Para la región Patagónica, no se muestran resultados en cuanto a olas de calor, pero sí se habla de que se esperan heladas menos frecuentes y una disminución de las lluvias. Todos estos resultados llevan a concluir que los eventos de extremos hídricos húmedo- seco tenderían a agravarse en intensidad y a sucederse con mayor frecuencia y menor duración.
Sin embargo, aunque los informes del IPCC tienen gran difusión, un sector de la comunidad científica posee teorías menos aceptadas dentro de los ámbitos internacionales de toma de decisiones. Ellos aseveran que las emisiones de CO2 producidas por las actividades humanas son insignificantes para explicar una variación de la temperatura a nivel global, e incluso que las concentraciones de este gas en la atmósfera responden a cambios de temperatura con un desfase de cientos de años, por lo que los cambios térmicos tendrían su origen en otros factores, como la actividad solar (Calder,1999). De ser ciertas estas premisas, perdería validez la principal hipótesis en la que se basan los modelos climáticos utilizados por el IPCC, que la actividad humana está provocando un calentamiento global irreversible.
Sean unas líneas de investigación u otras las más acertadas, es claro que las fluctuaciones del clima y la alternancia de ciclos húmedos y secos van a continuar ocurriendo. Es necesario y deseable un abordaje integral de estos eventos que permita la subsistencia de los ambientes naturales, aprovechando los recursos sin agotarlos. Se trata, en fin, de la única manera que hace posible el desarrollo humano en su mejor dimensión.
Bibliografía
- Alessandro, A. P. (2004). Características sinópticas de la sequía de 2003. X Reunión Argentina y IV Latinoamericana de Agrometeorología, 13-15 de octubre de 2004, Mar del Plata, Argentina.
- Ameghino, F. (1884). Las secas y las inundaciones en la provincia de Buenos Aires. La Plata: Ministerio de Asuntos Agrarios de la Provincia de Buenos Aires.
- Calder, N. (1999). The carbon dioxide thermometer and the cause of global warming. Energy & Environment, 10(1), 1–18.
- Deschamps, J. R., Otero, O., & Tonni, E. P. (2003). Cambio climático en la pampa bonaerense: las precipitaciones desde los siglos XVIII al XX (Documento de trabajo N.º 109). Universidad de Belgrano.
- Feldman, I. (2017). Recurrencia de sequías e inundaciones en llanuras argentinas. Revista de Divulgación Técnica, Agropecuaria, Agroindustrial y Ambiental. Facultad de Ciencias Agrarias, Universidad Nacional de Lomas de Zamora.
- Rivera, J. A. (2014). Aspectos climatológicos de las sequías meteorológicas en el sur de Sudamérica: Análisis regional y proyecciones futuras [Tesis doctoral, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Exactas y Naturales].
- Suriano, J. M., & Ferpozzi, L. H. (1993). Inundaciones y sequías en la historia pampeana. Revista de la Sociedad Rural de Jesús María, 77, 20–24.
Autora
María Eugenia Bontempi. Bachiller Universitaria en Ciencias de la Atmósfera. Especialista de Aplicación Científica con orientación en Servicios Climáticos y Meteorología Aplicada en el Servicio Meteorológico Nacional. ebontempi@smn.gob.ar



